Dear Parish Family,

Joy is at the heart of the Command to Love One Another—They will know of our joy through our love.

The Resurrection accounts have been fast hitting as of late, as we move as a Church through the Easter Season, and readings that go along with it… Jesus has collectively sought to bring about more enlightenment and conversion amongst His disciples. Conversion is painful because it constantly moves us to better align ourselves with Christ. If we are not struggling, we are not growing.

We encounter Jesus best through the Eucharistic and Farewell Discourses of John’s Gospel. These are important because Jesus affirms that He leaves Himself to us as a sacramental encounter in His precious Body and Blood. Jesus also leaves us the gift of the Holy Spirit, and with these two forces, we are equipped to handle the challenges of living in the world as ungodly as it can be.

The sad reality is that much of that was kept at bay on the outside, but in modern times, the walls of the church have been penetrated because people are weaker in faith than in the past and allow ideologies of the outside to come in, confusing them as good or of God. Our conversion comes with a great price—knowing Jesus suffered His passion so that we might have life more abundantly. It also comes at a great price because, through the Eucharist and the Holy Spirit, we are then able to embrace His final commandment to love one another.

If we find ourselves in contempt, then we must self-remedy in Christ. Christians cannot be in contempt and cannot be part of the problem but must be the solution. Life in Christ is amazing, yet it requires of us a certain sacrifice in dying to ourselves. Life in Christ is difficult because we cannot behave like the children we once were—because now we know better. But if truth be told, many a child hides within the heart of an adult who had not matured in the faith.

How easy it is for us to love those who love us back. How difficult it is for us to love those who are disrespectful to us, accuse us, judge us, or despise us—even for no apparent reason. Say good morning to them, wish them a blessed day, bless them—do not curse them—because by not releasing, it comes back to us threefold in condemnation.

As a priest, the saddest day is not being able to win the hearts of some for Jesus because they do not like the messenger. They cast judgment, harden their hearts, or cannot appreciate the wide brush strokes of Holy Mother Church. The Church is big and spread out—so enjoy her diversity. There is room for everyone.

How sad is it to be null and void of the grace of God, to be that stubborn? Yet it happened to Jesus too. He was rejected in the most shameful way. He often escaped His own communities unharmed, yet people refused to listen to the carpenter’s boy or the son of Mary. After all, how could anything good come out of Nazareth or Bethlehem for that matter?

The best day for the Christian is bearing witness to the fruits of our labor, yet knowing that even Jesus had people walk away from Him and return to their former ways of life because they could not be humble. They did not believe, they could not stop being judgmental, or respond like Peter, saying: "Where shall we go? You have the words to everlasting life."

It’s interesting as a priest observer how people just automatically judge others and, in doing so, condemn them. Can you imagine such condemnation? Not one of us has the right or authority to act as judge, but we do—especially with our constant criticisms and one-track-mindedness.

Condemnation falls heavily upon us when we lack charity, forgiveness, or basic respect—remember that. Do unto others as you would have them do unto you. The rude awakening is we get to rewind such behaviors in front of God when we die.

Let up on character assassinations—it’s an unhealthy rut to fall into, and it actually looks poorly upon the one who engaged in it as well as the one who lends an ear. Anyone can fall victim to such poison, depending on how well the sin is—or is not—tamed.

People should be given dignity and respect, even if it means that if you can’t say something nice, don’t say anything at all. Why must every thought or opinion be articulated? It’s not necessary. Can you imagine acting upon every thought that reels through the head? It’s not necessary to come out the mouth, too.

It seems after a time people would get tired of exuding negative toxic energy. So often, we are the ones encircling with stones to throw, yet Jesus says: "Love one another." Throw down your rocks. Rocks hurt and rocks kill—especially the body and the human spirit too. To break someone’s spirit is robbery and abuse.

Our judgment is based on our capacity to love. Jesus says: "Hold off, stop, and put aside discord, and trade it for love."

How will you respond to this command to love one another? Who is the one person you are going to impact today because you have changed your mind and heart—trading in disdain for love? Stop encircling them like a shark in a frenzy.

Change both the beat of the devil’s drum and your tune, and allow the Spirit of God to breathe over you and to dance within you.

Peach and Blessings,

Fr. Michael

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La alegría por el amor: Abrazar el mandamiento de Cristo

Querida Familia Parroquial,

La alegría es la esencia del Mandamiento de Amarnos los Unos a los Otros.

Conocerán nuestra alegría a través de nuestro amor.

Los relatos de la Resurrección han sido muy conmovedores últimamente, a medida que como Iglesia transitamos el Tiempo de Pascua y las lecturas que lo acompañan…

Jesús ha buscado colectivamente generar más iluminación y conversión entre sus discípulos. La conversión es dolorosa, porque nos impulsa constantemente a alinearnos mejor con Cristo; si no luchamos, no crecemos.

Encontramos mejor a Jesús a través de los discursos eucarísticos y de despedida del Evangelio de Juan. Estos son importantes porque Jesús afirma que se entrega a nosotros como un encuentro sacramental en su precioso Cuerpo y Sangre.

Jesús también nos deja el don del Espíritu Santo, y con estas dos fuerzas, estamos capacitados para afrontar los desafíos de vivir en un mundo tan impío como sea posible.

La triste realidad es que mucho de eso se mantuvo a raya desde afuera, pero en la actualidad, los muros de la iglesia han sido traspasados porque la gente es más débil en la fe que en el pasado y permite que ideologías externas los confundan con buenos o con Dios.

Nuestra conversión tiene un gran precio: saber que Jesús sufrió su pasión para que tuviéramos vida en abundancia. También tiene un gran precio: que gracias a la Eucaristía y al Espíritu Santo podemos abrazar su último mandamiento de amarnos los unos a los otros.

Si nos sentimos menospreciados, debemos auto-remediarnos en Cristo. Los cristianos no pueden ser menospreciados ni ser parte del problema, sino la solución.

La vida en Cristo es maravillosa, pero requiere de nosotros un cierto sacrificio al morir a nosotros mismos.

La vida en Cristo es difícil, porque no podemos comportarnos como los niños que fuimos, porque ahora sabemos más, pero a decir verdad, muchos niños se esconden en el corazón de un adulto que no ha madurado en la fe.

Qué fácil es amar a quienes nos aman. Qué difícil nos resulta amar a quienes nos faltan al respeto, nos acusan, nos juzgan o nos desprecian, incluso sin razón aparente.

Salúdenlos, deséenles un día bendecido, bendíganlos, no los maldigan, porque al no perdonarlos, recibimos una triple condenación.

Como sacerdote, el día más triste es no poder ganar el corazón de algunos para Jesús porque no les gusta el mensajero, juzgan, endurecen su corazón o no pueden apreciar las amplias pinceladas de la Santa Madre Iglesia.

La Iglesia es grande y extensa, así que disfruten de su diversidad. Hay espacio para todos.

Qué triste es estar vacío de la gracia de Dios, ser tan terco; sin embargo, a Jesús también le sucedió: fue rechazado de la manera más vergonzosa, a menudo escapó ileso de sus comunidades, pero la gente se negó a escuchar al joven carpintero o al hijo de María; después de todo, ¿cómo podría salir algo bueno de Nazaret o Belén?

El mejor día para el cristiano es dar testimonio del fruto de su trabajo, sabiendo que incluso Jesús hizo que algunos se alejaran de Él y volvieran a sus antiguas costumbres, porque no pudieron ser humildes, no creyeron, no pudieron dejar de juzgar ni responder como Pedro: "¿Adónde iremos?", tú tienes la palabra para la vida eterna.

Es interesante, como sacerdote observador, cómo la gente juzga automáticamente a los demás y, al hacerlo, los condena.

¿Se imaginan tal condena? Ninguno de nosotros tiene el derecho ni la autoridad para juzgar, pero lo hacemos, especialmente con nuestras constantes críticas y nuestra mentalidad unidireccional.

La condenación cae pesadamente sobre nosotros cuando carecemos de caridad, perdón o respeto básico; recuérdalo.

Trata a los demás como te gustaría que te trataran a ti.

La cruda realidad es que, al morir, podemos revertir tales comportamientos ante Dios.

Dejen de difamar a la gente; es una rutina malsana en la que caer, y, de hecho, da mala imagen tanto a quien la cometió como a quien la escucha.

Cualquiera puede caer víctima de ese veneno, dependiendo de lo bien que se domine el pecado.

Se debe dar respeto y dignidad a las personas, incluso si eso significa que si no puedes decir algo agradable, mejor no digas nada.

¿Por qué hay que articular cada pensamiento u opinión? No es necesario.

¿Te imaginas actuar según cada pensamiento que te dé vueltas en la cabeza? No es necesario que salga por la boca.

Parece que, con el tiempo, la gente se cansa de exudar energía tóxica negativa.

A menudo somos nosotros los que nos rodeamos con piedras para tirar, pero Jesús dice: "Ámense los unos a los otros."

Tiren sus piedras.

Las piedras hieren y matan, especialmente el cuerpo y el espíritu.

Quebrantar el espíritu de alguien es robo y abuso.

Nuestro juicio se basa en nuestra capacidad de amar.

Jesús dice: "Detente, deja de discutir, deja de lado la discordia y cámbiala por amor."

¿Cómo responderás a este mandato de amarte los unos a los otros?

¿A quién impactarás hoy?

Porque has cambiado tu mente y tu corazón, cambiando el desprecio por amor.

Deja de rodearlos como un tiburón enloquecido.

Cambia el ritmo del tambor del diablo y tu melodía, y permite que el Espíritu de Dios respire sobre ti y baile en tu interior.

Paz y bendiciones,

Padre Michael

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